La Expiación -2

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La Expiación en Sombras: El Día de la Expiación

Por: Ángel Ml. Rodríguez

Clasifíquese: Soteriologia / Santuario

Durante la primavera los babilonios celebraban el festival del año nuevo. Como parte de las celebraciones los sacerdotes paganos purificaban sus templos. En el quinto día de la fiesta, muy temprano por la mañana, un sacerdote se bañaba y se vestía con ropas de lino. Entraba el templo con un incensario, una antorcha, y un vaso sagrado para purificar el edificio. Llevaba agua desde los ríos Tigris y Éufrates, la rociaba en el Santuario y colocaba aceite de cedro sobre las puertas del templo. Un carnero era sacrificado y un sacerdote realizaba la limpieza del templo llevando la carne del animal dentro del edificio y, mientras caminaba alrededor de la nave, levantaba la carne del animal sacrificado. Luego salía del templo, iba al río y arrojaba el cadáver del animal en las aguas.

Los babilonios purificaban sus templos de la presencia de los demonios. Se creía que a los demonios les gustaba habitar en los templos de los dioses. Si los sacerdotes no los expulsaban de allí, los dioses abandonarían los templos y al pueblo. En Israel la situación era totalmente diferente. El Santuario era purificado una vez al año de los pecados y las impurezas del pueblo de Israel que habían sido transferidos allí a través de los sacrificios diarios (Levítico 16). Este ritual representaba simbólicamente el tiempo cuando Dios, desde su santa morada, pondría fin al problema del pecado, restaurando todo el universo a la armonía que lo caracterizaba cuando Dios lo creó.

Resumen del ritual

Mencionaremos brevemente algunos de los elementos principales del complejo ritual del Día de la Expiación. En preparación para la limpieza del tabernáculo, el sumo sacerdote debía someterse a un baño ritual y vestirse como un sacerdote regular (Levítico 16:4). Debía traer un becerro como ofrenda por el pecado y un carnero como ofrenda encendida. El pueblo debía traerle dos machos cabríos para ofrenda por el pecado, y un carnero como ofrenda encendida. Luego echaba suertes sobre los dos machos cabríos, para seleccionar uno para Dios como ofrenda por el pecado, y el otro para Azazel (versículos 7, 8). El sumo sacerdote ofrecía el becerro como ofrenda por sus pecados, para hacer expiación por sí mismo y por su casa; tomaba brasas del altar del incienso que estaba en el Lugar Santo, y rociaba una vez sangre sobre el propiciatorio y siete veces frente a él (versículos 11-14). Después el sumo sacerdote pasaba al Lugar Santo, ponía algo de sangre sobre los cuernos del altar del incienso y rociaba siete veces frente a él. [1] Hacía lo mismo con la sangre del macho cabrío como ofrenda por el pecado del pueblo (versículo 15). De esta manera hacía la expiación del Lugar Santísimo. Finalmente, el sumo sacerdote mezclaba la sangre tanto del becerro como del macho cabrío y hacía la expiación del altar de las ofrendas encendidas. Untaba algo de la sangre sobre los cuernos del altar y también rociaba siete veces sobre él para consagrarlo (versículos 18-19).

Una vez que la obra de expiación en el tabernáculo estaba terminada, el sumo sacerdote se acercaba al macho cabrío vivo, traído por el pueblo sobre el cual había caído la suerte por Azazel. Colocaba ambas manos sobre él, confesaba sobre él todos los pecados del pueblo de Israel transfiriéndolos sobre él, y luego enviaba al macho cabrío al desierto (versículos 20-21). El macho cabrío llevaba sobre sí todas las iniquidades del pueblo a una tierra solitaria y desierta (versículo 22).

Propósito del ritual

El propósito del Día de la Expiación era purificar el tabernáculo «de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados» (versículo 16). El sumo sacerdote aplicaba la sangre sobre el altar de las ofrendas encendidas «para limpiarlo y santificarlo de las inmundicias de los hijos de Israel» (versículo 19). La impureza y el pecado llegaban al Santuario a través de las ofrendas de sacrificio traídas durante el año por los israelitas. Esta «contaminación» no era algo forzado sobre Dios o sobre su santa morada, sino algo que él deseaba que sucediera. Como ya vimos, les daba a los israelitas la sangre de los sacrificios para hacer expiación por sus vidas sobre el altar (Levítico 17:11). Dios le decía a su pueblo: «Si ustedes cometieron pecado o quedado impuros, traigan esa impureza o pecado a mí y yo la quitaré de ustedes transfiriéndola a mi Lugar Santo».

Durante el Día de la Expiación el Señor purificaba el Santuario de los pecados expiados y de las impurezas quitadas de los israelitas. Durante ese día la obra de expiación en Israel alcanzaba dimensiones inesperadas. El propósito del ritual no era perdonar los pecados de los israelitas. La expiación se hacía para (kipper’eth) el Lugar Santísimo, el Lugar Santo, y el altar (versículo 33). El objetivo de la expiación (indicada en hebreo por la partícula ‘eth), no era personal, eran el Santuario y el altar los que debían purificarse. En ese caso el verbo kipper expresa la idea de remover o limpiar. Al mismo tiempo que limpiaba los objetos santos beneficiaba al pueblo. Durante el Día de la Expiación el perdón y la limpieza alcanzaban su consumación. El problema del pecado y la impureza estaba completamente resuelto solo cuando eran removidos de la morada del Señor. No era un asunto de perdón del pecador porque el perdón había sido otorgado a todo israelita hombre o mujer que había traído sacrificio. Al limpiar los objetos santos de los pecados del pueblo un evento omniabarcante tomaba lugar beneficiándolos: «Porque en este día se hará expiación por todos vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (Levítico 16:30). Hay un elemento de finalización o consumación en esa declaración. Los pecados cometidos durante ese año, la impresión que habían dejado sobre el tabernáculo, eran ahora borrados para siempre. ¡No quedaba ningún registro de ellos!

El Día de la Expiación reafirma el hecho de que los servicios de expiación en el Santuario eran un proceso. La Escritura no restringe el uso del verbo hebreo Kipper («hacer expiación») al sistema de sacrificios a un elemento específico de los rituales. El Antiguo Testamento lo asocia con la víctima sacrificial (Levítico 1:4), con el uso de la grasa y la sangre en los rituales (Levítico 4:20), con el consumo de la carne de la víctima sacrificial pro el sacerdote (Levítico 10:17), con el rociado de la sangre (Levítico 16:16), con el uso de la sangre sobre el altar (Levítico 17:11), y con el ritual en su totalidad (Levítico 5:6, 10; 10:1-9). La expiación era resultado de la totalidad del sistema de sacrificios que incluía el sacrificio de la víctima y el ministerio del sacerdote en favor de los pecadores arrepentidos. Pero el Día de la Expiación indicaba que también incluía las actividades de purificación, es decir la consumación de las actividades diarias de expiación a favor del pueblo. [2]

El papel de Azazel

Posiblemente el elemento más intrigante en el ritual de la purificación del Santuario es la presencia del macho cabrío para Azazel. Algunas versiones bíblicas traducen el término Azazel como «Chivo expiatorio» pero esta interpretación está lejos de ser correcta. Los eruditos han propuesto varias explicaciones del nombre, pero todavía o conocemos el significado exacto de la raíz de la palabra. En un sentido, no es necesariamente importante conocer el significado de su raíz mientras seamos capaces de identificar su función durante el Día de la Expiación. Cuando examinamos el texto varias cosas son relativamente claras.

Primero, la figura de Azazel aparece en el texto una vez que la limpieza del Santuario se ha terminado: «Cuando hubiere acabado de expiar el Santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo» (Levítico 16:20). Como se ha indicado, la purificación del Santuario traía con ella algunos beneficios para los israelitas. El término hebreo killah significa «completar», «llegar al final» indicando que cualquiera fuera la obra del macho cabrío, no hacía ninguna contribución a la purificación del tabernáculo mismo. Las impurezas y los pecados del pueblo ya habían sido quitadas de allí.

Segundo, Azazel es puesto en contraste con Jehová. Había dos machos cabríos y se echaron suertes para elegir uno «para [le] Jehová» y el otro «para [le] Azazel» (versículo 8). La preposición «para significa [le] Jehová» y el otro «para [le] Azazel» (versículo 8). La preposición «para» [hebreo le] significa «perteneciente a», sugiere que uno será usado en el servicio del Señor y el otro en el de Azazel, estamos luchando aquí con nombres personales y por lo tanto con personas. El primer macho cabrío no es el Señor y tampoco el otro macho cabrío es Azazel, sino sus respectivos roles están relacionados con esas dos figuras. De hecho, el macho cabrío podría no ser Azazel porque era enviado a Azazel (versículo 10).

Tercero, Azazel existe fuera del campamento israelita, en el desierto. El segundo macho cabrío era para ser enviado «a Azazel», al «desierto» (versículo 10; hebreo midbar). El término midbar se emplea en la Biblia en maneras diferentes, pero particularmente se usa para describir tierras que son hostiles a la vida humana (por ejemplo, Números 20:5; Salmo 107:4-5; Jeremías 2:6), desolados (por ejemplo, Jeremías 4:26), y habitados por animales salvajes (Deuteronomio 8:15). Desde allí el enemigo y otras fuerzas del caos amenazan con invadir y trastornar la vida social organizada (por ejemplo, Jeremías 5:6; 12:12; 13:24). Es también un lugar para los demonios (por ejemplo, Isaías 13:21; 34:14). Azazel mora en el desierto, en una tierra caracterizada por el caos y la ausencia de plenitud de vida. Ha sido correctamente identificado como un poder demoníaco. [3]

Cuarto, el macho cabrío para Azazel funcionaba como un medio de transportación. Sobre él el sumo sacerdote colocaba y enviaba a Azazel «todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto» (Levítico 16:21). Esto es lo que los eruditos llaman rito de eliminación, tan común en todo el antiguo Cercano Oriente. Tales rituales procuraban hacer volver a los dioses o demonios el mal que estaba afligiendo a una persona, una ciudad, o un ejército. El animal u objeto se llevaba el mal y la intención era volverlo a su lugar de origen. Azazel pertenecía a la esfera de la muerte y el caos y la carga de pecado era enviada de regreso a él, la fuente originaria del mal. [4] Esto sugiere que el pecado y la impureza no se concebían en Israel como manifestaciones demoníacas, más bien como originadas en los demonios.

Quinto, en un sentido el macho cabrío para Azazel estaba involucrado en la purificación. El texto dice: «Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto» (versículo 10). Esto no significa que los pecados y las impurezas del pueblo eran expiados a través de Azazel. Dios los expiaba a través de los servicios diarios y a través del macho cabrío para el Señor durante el Día de la Expiación. La expiación se hacía sobre el macho cabrío para Azazel en el sentido de que eran puestos los pecados del pueblo en él para enviarlo a Azazel, porque está identificado como la fuente del pecado y la impureza (cf. versículos 21, 22). [5]

Significado del ritual

Los elementos del significado del ritual ya han sido presentados en las reflexiones previas, pero debemos desarrollarlos más y debemos explorar otras ideas. Aunque Levítico 16 es el único lugar donde el ritual se discute específicamente, su contenido teológico también se encuentra en otras partes de la Escritura.

Purificación total. Necesitamos examinar la naturaleza total de la purificación efectuada durante el Día de la Expiación. El hecho de que una vez al año el tabernáculo y el altar fueran totalmente purificados sugiere que el pecado y la impureza no deben concebirse como que tienen existencia permanente. Siendo que por un corto período de tiempo ellos dejaban de estar presentes, uno podría concluir que deben considerarse de naturaleza transitoria y, consecuentemente, que podrían ser permanentemente extinguidos. El Día de la Expiación era como una muestra de un futuro perpetuamente libre de la presencia del pecado y la impureza en el campamento de Israel. Mientras se repitiera año tras año quedaba claro que la solución final del problema del pecado/impureza todavía no era una realidad. Pero la repetición anual del ritual era, en un sentido, una representación tipológica que anticipaba la llegada de la erradicación final. Encontramos algo de apoyo para esto en la proclamación del Jubileo durante el Día de la Expiación.

El jubileo introducía un nuevo comienzo en la vida de los israelitas y se convirtió en el Antiguo Testamento en «una esperanza escatológica de la restauración final que Dios haría de la humanidad y la naturaleza a su propósito original». [6] Por lo tanto, el Día de la Expiación no era sencillamente promulgar de nuevo una condición pasada, un retorno momentáneo a la condición original paradisíaca después de la creación, sino la anticipación de un evento futuro que recrearía permanentemente esa condición original. Hemos descubierto aquí un interés escatológico dentro de los servicios del Santuario.

Los profetas del Antiguo Testamento se hacen eco de esta purificación total en el contexto de la restauración del pueblo de Dios. A través de Isaías el Señor proclamó: «Yo deshice como a nube tus rebeliones, y como nieblas tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí» (Isaías 44:22; cf., Salmo 103:12). Fue el anuncio de un nuevo comienzo para el pueblo de Israel del mismo tipo del que estaba anticipado en el ritual del Día de la Expiación. Ambos señalaban a un futuro libre del problema del pecado. Ezequiel proclamó la llegada del tiempo cuando «la casa de Israel no se desvíe más de en pos de mí, ni se contamine más en todas sus rebeliones; y me sean por pueblo, y yo les sea por Dios» (14:11). El profeta anunció la venida de lo que se anticipaba a través del Día de la Expiación, concretamente que la incursión del pecado entre el pueblo de Dios terminaría. Después que volvieran del exilio: «Ni contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios» (37:23; cf., Miqueas 7:18). Sería la realización permanente de la extirpación final del pecado ritualmente expresado durante el Día de la Expiación.

En el libro de Daniel, el Mesías es el único que pone fin al problema del pecado. El vendrá «para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable» (9:24). Este evento tiene un significado cósmico y señala a la purificación final del pecado. Este es particularmente el caso en Daniel 8, donde la ideología del Día de la Expiación desempeña un papel central. En ese capítulo encontramos una referencia a la obra sacerdotal del Príncipe de las huestes celestiales durante los servicios diarios en el templo celestial y en la oposición a este del cuerno pequeño (8:11). Luego al visión cambia al momento cuando el templo de Dios será restaurado a su estado original por medio de una purificación cósmica (8:14). Esa purificación trae con ella la derrota final de los enemigos del Señor. El profeta emplea las figuras y la teología del Día de la Expiación para anunciar la liberación escatológica del universo del miasma de la impureza y el pecado. Esta misma idea está anunciada en Hebreos 9:23 como un aspecto futuro del ministerio sacerdotal de Cristo por su pueblo en el Santuario celestial. En los escritos apocalípticos judíos, «el Yom Kippur anual se percibía, al menos por algunos, como una anticipación ritual de la purificación escatológica del pecado de la creación de Dios».[7]

La purificación final vindica al pueblo. El Día de la Expiación confirma la aceptación del pueblo ante el Señor. El ritual presuponía que los israelitas habían sido limpiados y perdonados por el Señor a través de las ofrendas del pecado y la culpa y que su relación de pacto con él había permanecido intacta. Durante ese día esta dimensión espiritual del pueblo se hacía claramente patente por un espíritu de sumisión y confianza en el Señor. No añadía nada nuevo a su condición espiritual, sino, más bien, revelaba lo que ya había allí. Un procedimiento judicial analizaba la calidad de la vida espiritual del pueblo. El de la Expiación era un día de juicio en Israel.

Al involucrarse Dios en el problema del pecado y la impureza de su pueblo hacía necesario un examen de su condición espiritual. Él los había purificado y perdonado, pero la pregunta permanecía: ¿Habían aprovechado el don de gracia divina o se habían apartado del Señor? La naturaleza judicial del Día de la Expiación reconocía que algunos de aquellos que se habían beneficiado del perdón y la gracia purificadora del Señor podrían más tarde abandonarlo. La justicia divina demandaba que a tales individuos no se les debía  conceder los beneficios de la purificación total ofrecida en el Día de la Expiación. Para que dicha decisión fuera confiable, debía fundarse sobre las bases legales provistas por el juicio divino.

El Señor estipulaba claramente el criterio que debía utilizarse en la investigación legal: «En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en ese día se hará expiación por vosotros» (Levítico 16:29, 30). El Señor estipulaba claramente el criterio que debía utilizarse en la investigación legal: «En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en ese día se hará expiación por vosotros» (Levítico 16:29, 30). El Señor procuraba encontrar entre su pueblo total dependencia en él en el momento en que la purificación total estaba a punto de producirse (cf., Deuteronomio 8:2). El verbo «afligirse» probablemente incluía diferentes expresiones de humildad, pero seguramente incluía el ayuno (Isaías 58: 3, 5). El ayuno cambiaba la preservación de la vida de las manos del individuo y la ponía en las manos del Señor. Era una total dependencia en el poder preservador y sostenedor de Dios (cf. Esdras 8:21). El descanso requerido al pueblo era del mismo tipo que el del sábado semanal. Ese día ningún trabajo debía realizarse. La productividad que contribuía a la autopreservación estaba prohibida. Al abstenerse de tales cosas expresaban exteriormente su dedicación total al Señor quien gratuitamente los purificaba y los perdonaba a través de su sistema de sacrificios.

Aquellos que demostraban total dependencia en el poder purificador del Señor recibían la purificación total ofrecida como un regalo durante el Día de la Expiación. Sin embargo, aquellos que eran autodependientes y rebeldes eran expulsados de la comunidad. De hecho, el Señor mismo participaba en la fase ejecutiva del juicio: «Porque toda persona que no se afligiere en ese mismo día, será cortada de su pueblo. Y cualquier persona que hiciere trabajo alguno en ese día, yo destruiré a tal persona de entre su pueblo» (Levítico 23:29-30). La decisión de Dios concerniente al futuro del individuo y la comunidad no se hacía arbitrariamente. Al fundamentarlas sobre una base legal la justicia de las decisiones era apoyada y las personas mismas eran vindicadas en el sentido de que su purificación final se consideraba como una expresión de su total dependencia en el Señor.

La idea de que Dios establecía diferencias entre el pueblo a través del juicio divino tiene dimensiones escatológicas en las Escrituras. Ezequiel anuncia que el retorno a la tierra sería acompañado por una obra de juicio a través del cual, dice el Señor. «Apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán; y sabréis que yo soy Jehová» (20:38). Jesús señaló en sus parábolas el momento escatológico cuando el Juez divino separará en medio de su pueblo a los fieles de los infieles (Mateo 13:24-30, 47-50). La figura de la siega escatológica proporciona una dimensión cósmica para esa separación. Vemos esto particularmente en Joel 3:11-13, donde las naciones de la tierra vienen ante el juez de la tierra; y en Apocalipsis 14:14-20, donde se describe la cosecha universal. Es apropiado concluir que el Día de la Expiación era la expresión ritual de ese juicio escatológico tan importante que llevará a un nuevo comienzo de armonía y paz.

Teodicea cúltica. [8] El término «teodicea» se deriva del griego Theos («Dios») y dike («justicia»), y se usa para indicar que Dios es justo a pesar de la presencia del mal en el mundo. El Día de la Expiación servía para justificar la forma como Dios obraba con el problema del pecado y la impureza en Israel, tal como se indica en varias formas en el ritual. Primero, como ya hemos mencionado, la presencia del concepto de juicio en el ritual sugiere que estamos tratando con una teodicea. Un juicio procura descubrir la verdad en situaciones en las cuales no esta obviamente accesible para el observador común. Durante ese día Dios fungía como Juez para demostrar que la forma como trataba con el pecado/impureza del pueblo era legalmente justificable y no una decisión arbitraria de su parte. Él daba a cada uno lo que legalmente merecía.

Segundo, la remoción del pecado/impureza del lugar de la morada de Dios revelaba que Dios no tenía nada en común con eso. Consecuentemente, era imposible que coexistieran dentro del campamento. El Día de la Expiación reafirmaba el hecho de que cuando Dios asumía la responsabilidad por el pecado/impureza en el tabernáculo, era portador de él como manifestación de su gracia perdonadora y no como alguien que estuviera directamente o naturalmente relacionado con él. (Éxodo 34:7). Su encuentro con el pecado/impureza tenía un propósito salvador y nada más. Durante el Día de la Expiación la incompatibilidad entre la santidad y el pecado/impureza era gráficamente ilustrada por la remoción del pecado/impureza del tabernáculo fuera del campamento, y finalmente al enviarlo al desierto.

Tercero, la remoción del pecado/impureza del tabernáculo de Dios revelaba que la santidad era superior al pecado/impureza. Esto era ciertamente un mensaje de esperanza. Ni siquiera en el acto de perdonar y purificar a su pueblo se contaminaba Dios con el pecado/impureza. Sí, en la expiación el pecado/impureza y la santidad se tocaban uno a la otra, pero la santidad de Dios permanecía sin daño absolutamente y, asombrosamente, lograba restaurar la santidad a su pueblo. Vemos esa superioridad ritualmente manifestada durante los servicios del Santuario cuando la víctima sacrificial portaba el pecado/impureza pero su carne era muy santa. El mismo fenómeno está presente en el caso del sacerdote quien, después de comer la carne de ofrenda por el pecado, y portando los pecados del pueblo, aun así todavía era santo. El Día de la Expiación clarificaba la naturaleza de la conexión entre el pecado/impureza y el Santo de Israel.

Cuarto, al remover el pecado/impureza del tabernáculo proclamaba ritualmente el poder y la soberanía de Dios sobre los poderes del mal. Azazel era, sencillamente, impotente para oponerse a la obra de Dios durante el Día de la Expiación. Su silencio era el silencio del acusado quien, cuando es confrontado con la evidencia en su contra, queda sin palabras, totalmente incapaz para rebatirla. El macho cabrío llevaba el pecado del pueblo para Azazel en sumisión a Dios y bajo la dirección de un instrumento señalado por él. Incluso podríamos decir que la inactividad de Azazel era un reconocimiento de culpabilidad. En esta poderosa demostración de su soberanía, Dios estaba sencillamente restaurando las cosas al orden original establecido por él. La creación, a través de la separación, encontró su contraparte en la obra recreativa de Dios a través de otro acto de separación.

Quinto, al remover el pecado/impureza del tabernáculo durante el Día de la Expiación revelaba que Azazel era el origen y la fuente última del pecado/impureza. La morada de Dios entre los israelitas establecía una relación fuerte entre él y su pecado/impureza. Fue así particularmente cuando Dios decidió asumir la responsabilidad por su pecado/impureza permitiendo que se transfiriera a su santo Santuario, removiéndolo del pecador arrepentido al tabernáculo. De hecho, la transferencia de esas miasmas a la morada de Dios podría fácilmente dar la impresión a su pueblo de que las estaban enviando a su lugar de origen a través de la víctima sacrificial y la obra del sumo sacerdote. Pero el rito de eliminación impidió esa mala interpretación. La teodicea cúltica estaba presente particularmente en el rito de eliminación por Azazel.

Ciertamente es asombroso que la figura de Azazel se introduce inesperadamente en el ritual del Día de la Expiación. ¿La razón? Como ya se ha indicado, el rito aclaraba que el pecado/impureza dentro de su creación. Esta es una teodicea por excelencia y es completamente compatible con la visión bíblica de un conflicto cósmico entre Dios y los poderes del mal. La figura de Azazel aclaró que había un poder, inferior al del Señor, que trataba constantemente de desbaratar el orden establecido por Dios, mientras que el Señor trataba constantemente de preservarlo y restaurarlo. El Día de la Expiación proclamaba que Dios finalmente saldrá victorioso.

Conclusión

El Día de la Expiación era el momento culminante en los servicios del Santuario en Israel. La complejidad del ritual revela la complejidad involucrada en la solución final del problema del pecado/impureza. Su significación escatológica expresaba en forma ritual el anuncio profético de un futuro para el pueblo de Dios libre de la presencia del pecado a través de una acto divino de recreación. En ambos casos el juicio y la teodicea desempeñan un papel central en la solución futura de la presencia del pecado/impureza en la creación de Dios. Un espíritu de dependencia y sumisión total, de parte de su pueblo, al poder de Dios sobre el pecado y el mal debía acompañar la obra divina de salvación.


[1] Esto no se declara explícitamente en Levítico 16, pero el versículo 16 señala que Aarón iba a limpiar el Lugar Santo, y Éxodo 30:10 hace claro que una vez al año se hacía expiación por el altar del incienso (véase, Gane, Cult and Character, pp. 226-230)

[2] Véase R. J. Thompson, “Sacrifice and Offering: I Old Testament”, en New Bible Dictionary, eds. J. D. Douglas, F. F. Bruce, J. I. Packer, N. Hillyer, D. Guthrie, A. R. Millard y D. J. Wiseman (Wheaton, InterVarsity, 1982), p. 1052. Él nos alerta “contra el confinamiento de la expiación a un sencillo acto, como si fuera solamente la muerte, o la presentación de la sangre, o la disposición de la víctima, que expiaba”.

[3] Véase, entre muchos otros, David P. Wrigth, “Azazel”, en ABD, tomo 1, p. 536

[4] Daniel Stökl comenta: “El macho cabrío originalmente enviado a Azazel era visto [en la literatura apocalíptica judía] como la personificación de az’azel, la fuente demoníaca del pecado en sí misma” (“Yom Kippur in the apocalyptic imaginaire and the Roots of Jesus’ High Priesthood”, en Transformation of the Inner Self in Ancient Religions, eds. Ian Assmann y Guy G. Sroumsa [Leiden, Brill, 1999], p. 356; las cursivas están en el original)

[5] Gane, Cult and Character, pp. 261, 262.

[6] Christopher J. H. Wright, “Jubilee, year of”, en ABD, tomo 3, p. 1029

[7] Stökl, “Yom Kippur”, p. 356.

[8] Gane, Cult and Character, pp. 305-356, proporciona el mejor tratamiento complete del Día de la Expiación como una teodicea.

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